lunes, 12 de abril de 2010

La Filosofía de la proclamación del ser y III

- No nos negarás, Jhonatan, que tu jefe tiene un exquisito gusto.
- Si solo fuera eso, sentenció, con un aire semejante al de Manuel cuando recién llegamos. Se hace necesario no olvidarlo ni en los más mínimos detalles; más aún, es imposible hacerlo ya que está en todos. Si ustedes lo conocieran personalmente tal vez olvidaran a continuación que aquí cada cosa tiene su nombre. Aquel pasillo es él; y ese cortinaje. Además, la disposición de esos muebles; y la forma en que esa arboleda acompaña el paisaje; y el encuadre de este ventanal de manera que nadie se pierda la puesta de sol… Les aseguro que el dueño no solo tiene buen gusto -es poco decirlo así- sino la absoluta capacidad de dejar su impronta en cuanto diseño.
Conforme lo íbamos escuchando sentíamos algo así como el fuerte deseo de pertenecer a todo este mundo, al mismo tiempo que el enervante temor de tener que dejarlo. Se lo dijimos.
- Nadie los ha echado, nos consoló.
- ¿Qué más podemos saber?, inquirimos expectantes.
- Que no es de ustedes y que al mismo tiempo fue hecho para ustedes.
La revelación nos desconcertó.
- ¿No sabían que la invitación consistía en admitirlos y no solo en asombrarlos? Muchas veces he oído decir a voces autorizadas que cuantos son invitados necesitan sentirse involucrados para comprender esta maravilla. No niego que una previa explicación se hace casi necesaria, pero… ¿no es caso evidente que todo esto, todo, es excesivo para uno solo? Más aún, ¿no es previsible que quien tuvo la capacidad de crear todo lo que ven tuviera también la disposición de compartirlo?
Vino fuertemente a nuestra imaginación el mundo en que vivimos, diríase más bien el mundo por el que solemos pasar sin involucrarnos. Su dueño no lo creó para sí. Tuvo la pretensión de compartirlo, siempre y cuando aceptáramos el reto de responsabilizarnos de su maravilla. Pero sobre todo, que tuviéramos el sentido común de entender su presencia en cada elemento de su creación. En cambio, no sabemos distinguir al hacedor de su obra y al mismo tiempo no reconocemos su obra como nuestra. ¿Hasta cuándo?
Per ardorem caritatis datur cognitio veritatis

No hay comentarios:

Publicar un comentario