sábado, 10 de abril de 2010

La Filosofía de la proclamación del ser II

- No tenemos palabras suficientes para alabar esta maravilla.
- Ojalá fuera solo alabarla, nos confió.
Durante las siguientes tres horas, que se pasaron sin darnos un mínimo respiro, Manuel pudo reseñarnos lo básico de la estructura de la finca, de sus alrededores, de sus dependencias, etc.; pero no supo, o no quiso, decirnos nada acerca de quién o quiénes la diseñaron, proyectaron y construyeron.
- No es parte de mi oficio, alegó. Sin embargo, tienen ustedes a Samuel, el jardinero, que trabajó muy de cerca con los diseñadores de los parques y jardines.
Como convocado por el deseo, Samuel se acercó apareciendo de entre unos árboles. Sonrió también, como habituado a merodeadores furtivos aunque inofensivos que quieren saberlo todo.
- Pero, los lagos, terminó diciéndonos después de habernos iluminado con sus descripciones maravillosas. Deben ustedes acercarse a los lagos. Si quienes acondicionaron las arboledas y alamedas tenían un estupendo gusto, los que debieron poner a punto las aguas de fuentes, riachuelos y lagos…Allí encontrará a David, el responsable del agua de estos predios.
Con David pudimos estar hasta el atardecer; un atardecer que presagiaba la noche más plácida que hubiéramos podido imaginar. Nos explicó el sistema de riego de jardines; las conexiones de las interminables fuentes; el perfecto equilibrio de las aguas de cascadas y lagos…Y por fin nos habló de la ingeniería que hubo de elaborarse para conseguir esa maravilla. Pero tampoco fue específico al darnos a conocer a sus autores. Se hizo necesario preguntar directamente, cosa que no era sencilla ni con Manuel, Samuel o David.
- Los nombres son lo de menos, ¿no creen? Lo que importa es el genio de quien creó el conjunto; en definitiva, del dueño. Pareciera que ninguno de ustedes ha pensado que quien proyectó todo fuera al mismo tiempo el dueño.
Lo suponíamos obvio, aunque después de pensado tampoco lo era. Ahora nos parecía necesario preguntárnoslo. Sin embargo debimos esperar a que Jhonatan, el administrador, tuviera a bien mostrarnos la “casa”. ¿Cómo llamarla simplemente así, casa, sin intentar recurrir a otra terminología -castillo, mansión, finca- si no hubiera sido porque el mismo Jhonatan nos mostrara la calidez de los ambientes, más propio de un hogar que de unas dependencias?
Sucede que cuando comienzas a familiarizarte con la decoración de los interiores, los muebles, los pequeños detalles de buen gusto de quien dispuso estos cuadros, y esta consola, y este bargueño, etc., empiezas a preguntarte en serio por el dueño.

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