“Me gustaría invitaros a acompañarme en una visita
espiritual al fondo de la basílica romana de San Pedro. Acerquémonos a la
hermosa imagen de la Pietá de Miguel Ángel. Contemplemos a esa madre que
sostiene en sus brazos el cuerpo de su hijo torturado, humillado, cubierto de
escupitajos y con las huellas de los latigazos. Tiene las manos traspasadas y
la frente desgarrada por la corona de espinas. Y, aun así, la madre sujeta el
cuerpo de su hijo con enorme dulzura y una delicadeza infinita. Su rostro de
joven madre habla a la vez de recogimiento, de dolor y de serenidad. Llora sin
comprender a ese hijo tan hermoso y a la vez tan ultrajado, a ese hijo que es
su Dios. Sepamos reconocer, como María, el rostro de Cristo detrás del rostro
manchado de la Iglesia. Ni nuestros pecados, ni nuestras traiciones, ni nuestra
tibieza, ni nuestras infidelidades podrán desfigurar a la Iglesia, que sigue
siendo hermosa, con la hermosura de los santos. Sigue siendo joven, con la juventud
de Dios. Sepamos amar a la Iglesia, posar sobre ella la mirada de fe que posó
María sobre Jesús, muerto, entre sus brazos. Sepamos llorar por la Iglesia,
sepamos sufrir por la Iglesia si es necesario, pero tratémosla siempre con la
delicadeza llena de amor y plenamente mariana que tan bien refleja el mármol de
Miguel Ángel” (Se hace tarde y anoche,
Card. Sarah, pp. 85-86)