martes, 1 de febrero de 2011

Unidad de vida

Hoy que es tan frecuente una cierta esquizofrenia, sobre todo en la vida social y pública, han de recordar  los cristianos una cualidad importante de su vida: lo que suele llamarse coherencia y que es más: es unidad de vida. Concretamente, no tendría sentido decir de una persona que es "buen cristiano" porque es un cumplidor de los preceptos de la Ley de Dios, pero no vive la justicia con sus subordinados, o no cumple con su trabajo, etc., pues la persona humana en sus distintos niveles, se articula orgánicamente: las virtudes morales no se pueden considerar aisladamente, todas están conectadas, porque todas participan de la prudencia y se desarrollan en armonía con ésta (es más, cada virtud hace al hombre bueno en absoluto y no sólo bajo cierto aspecto); y, desde el punto de vista cristiano, participan de la caridad (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1827). En nuestros días, los católicos, que deseamos a un "buen católico" gobernándonos, lo queremos por su coherencia -supuestos todos los defectos que pueda tener- y por la intrínseca unidad de su vida, que no hace tabla raza de sus convicciones cuando le toca plantear alternativas para la vida pública. Distingue entre la opinión y la convicción, y no pretende guardar sus convicciones para la vida íntima o personal porque sabe que estas tienen un grado de realidad mayor que las opiniones: estas son hijas de la razón en busca de la verdad y aquellas lo son de la verdad misma (la ley natural incluida). El llamado pensamiento débil  rechaza esta distinción porque no admite una realidad objetiva: todo depende de los gustos, preferencias, opciones, opiniones, etc. El Bien común, para el pensamiento débil, es o una utopía o simplemente está cargado de "promesas" electorales cobijadas en un concepto de democracia aguado.