viernes, 14 de enero de 2011

Un discurso revelador

Acabo de leer el discurso de MVLL. Aunque he tomado distancia y tiempo para evitar las emociones y los inciensos gastados por muchos en su momento, debo aún pensarlo. Sin embargo, la primera impresión lúcida e inequívoca, susceptible de matices posteriores, es la de encontrarme ante un hombre al que le hace falta solamente reconocer su dependencia del Otro.

Sus constantes, permanentes, solipsismos se explican por esa carencia. Su discurso es, a la vez,  el intento de explicación de la totalidad de la realidad a través del “mundo de Llosa”. Su mejor momento, el del reconocimiento de pertenecer a la raza de los que ignoran la trascendencia porque han optado por dudar ontológicamente de ella y de sus consecuencias. Desde ese reconocimiento es posible entender al hombre aún niño que se refugia en la ficción literaria -grande, más aún, soberana- para no sucumbir a tanto agravio de la vida real. Quienes lo escuchan con una admiración acrítica se identifican de inmediato con él ya que sólo es posible estar plenamente de acuerdo con sus asertos si se comulga con su desesperanza de la realidad y el peligro de cinismo resultante.

Se entiende así la genérica referencia a la religión -en ocasiones, las religiones- como monstruos malditos equiparables a las ideologías y a los autoritarismos. La religión es un peligro para quien la conceptúa como una realidad puramente cultural, mudable según los recursos de cada generación y sin embargo despóticamente absolutizada por fuerzas ciegas e ingobernables, enemigas de la “libertad” humana, de la autonomía moral del hombre que debe regir sus destinos con absoluta independencia de toda tutela. Sólo reconociendo, pues, la independencia de cualquier Otro seríamos merecedores, según este discurso, de la auténtica condición humana cantada por MVLL en Estocolmo, el día de su entronización en el Olimpo.

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