Acabamos de recordar a los que iniciaron la gesta. Gente como nosotros. También como nosotros, deseosa de vivir. Pero más deseosa aún de continuarse. Entendían que trascenderse no tiene nada que ver con la propia gloria sino con el bienestar general de la humanidad. Bienestar.
Al recordar a los primeros mártires de la iglesia de Roma hemos ido con la imaginación al Coliseo. Hemos escuchado el rugido, no de la fieras sino de las gentes que pedían su muerte. Hemos contemplado su serenidad incomprensible. Como en las últimas fotografías de las masacres yihadistas contra los cristianos, hemos visto rostros de hombres, mujeres y niños profundamente consternados
por el miedo y extrañamente tranquilos por la fe.
La vida que se desborda y la vida que se remansa. Los que nos precedieron entregaron su vida por la humanidad. Nosotros los recordamos ahora no para hacerles un homenaje sino para vernos en ese espejo. Ojalá estemos a la altura.
Espacio público como el que se ofrecía en el Templo de Jerusalén a cuantos quisieran conocer el mensaje del Pueblo escogido: el diálogo y la acogida eran los elementos esenciales de ese espacio, y el sentido de pertenencia a posiciones distintas aunque no antagónicas. Esta vez es el espíritu cristiano el que inagura este espacio virtual para concretar su permanente dispocisión al diálogo y a la unidad. De todos depende el que sea grato y eficaz.
Me quedo con su última frase que empuja y exige decisión. Gracias.
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